Cualquiera puede sonreír. Todos tenemos la facultad de suspirar en el ajetreo y resolver un momento de preocupación. No he visto a nadie que no lo haga por más trinchado que esté. Unos sonríen a la vida y esos, se dice, son los condenados. Hay también sonrisas desesperadas, arrobo del llanto reprimido. Hay sonrisas serenas y medidas, frecuentes en los salones donde suaves músicas acompañan al encuentro de extraños. Hay sonrisas graves y hoscas. Son casi las que procuran la vida de los brutales. Yo tengo una tía que rumora haber conocido el amor en brazos de un hosco. Maravilloso, dice recordando una sonrisa cariada.
sábado, 30 de enero de 2010
No es que me guste pero he acostumbrado a mi mirada a no ver cuando recorro los pasajes del metro. No miro y no escucho más que aquellas luminiscencias que guían mis pasos acostumbrados. No miro y no escucho y menos si tiene que ver con alguna chica. Me fastidia el ronroneo celoso que despiden sabiéndose objeto de la atención popular. Poca atención también tiene para mi llevar un texto o algo de música en auriculares para sustraerme. Creo en la ligereza.
viernes, 29 de enero de 2010
Mi desesperación aminora un pasmo. Podría salir un momento a hacer una entrega. Saldría sólo si la voluntad del mundo se contuviera ante mis pasos. Tal vez lo haga, es domingo y día del advenimiento del Sr. Creo que ningún alma, por locuaz e inoportuna que se juzgue extrañamente emparentada con los tiempos ajustados a su medida, no siente el dedo custodio en la nuca. Tengo un momento de ligereza insuperable, podría moverme a mis anchas. Sólo espero no llamar la atención.
Ayer fui a tomarme una serie de fotografías. No es una costumbre que mantengo con decisión. Las requiero para un tramite burocrático. Por la pesadez que me caracteriza para realizar cualquier actividad dentro o fuera del hogar, diré que fue una conquista levantarme y llegar hasta el banquillo anónimo en aquel lugar. Nunca suelo realizar nada de manera conciente, así que no me sorprendió encontrarme siendo simpático con una no menos amable señora. La cháchara común de lugares en donde se cree puede guardarse el privilegio de la memoria. Quise recordar la pequeña y barroca narración que Michon hace de Beckett apuntado con el objetivo del turco Lufti Özkök. Quise hacer un comentario breve ante la Sra. Nada de ello pudo formularse. Tal vez sólo fue que reconocí mi atrevimiento como innecesario.
miércoles, 27 de enero de 2010
Las hormigas merodean mi escritorio. No menos de una decena ha cedido frágilmente entre mis dedos. Hace tres días que no recojo los trastos que utilizo y acerco hasta frente del computador, es por ello que sus diligentes rondas no disminuyen ni ante mis feroces desplantes. Me gusta la pantalla. Creo que he olvidado las posibilidades que existen fuera. Mi mente se ha ablandado.
Con cierta gracia pido otro café. Nadie puede traérmelo. No hay nadie que pueda traerlo. No importa. Lo pido aún sabiendo que nada tiene que ocurrir. Hay un cuerpo etéreo y grácil que me ronda y anima. Sin descaro sé que sólo se burla. Ha rosado mis pocas barbas. Ha tocado mi marchito sexo. Se enrolla en mi lengua cuando bostezo. Se diría que induce al encanto. Se diría que tiene palabras que atormentan y desangran, se diría que es un placer escucharlas.
No seré el que protagoniza. No sé escucharlas. Mi mente sabe disfrutar el letargo al que le induce la pantalla. Sabe que todo lo que piensa no es más que un producto malogrado de ese aletargamiento. Sabe que todo lo que se dice lo ha encontrado en algún lugar de frente a la pantalla. No lo recuerda pues no prestaba la suficiente atención. No presta atención pues está adormecida bajo los influjos de esa luz mortecina. Piensa que recuerda un oscuro sueño.
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