miércoles, 27 de enero de 2010

Las hormigas merodean mi escritorio. No menos de una decena ha cedido frágilmente entre mis dedos. Hace tres días que no recojo los trastos que utilizo y acerco hasta frente del computador, es por ello que sus diligentes rondas no disminuyen ni ante mis feroces desplantes. Me gusta la pantalla. Creo que he olvidado las posibilidades que existen fuera. Mi mente se ha ablandado.

Con cierta gracia pido otro café. Nadie puede traérmelo. No hay nadie que pueda traerlo. No importa. Lo pido aún sabiendo que nada tiene que ocurrir. Hay un cuerpo etéreo y grácil que me ronda y anima. Sin descaro sé que sólo se burla. Ha rosado mis pocas barbas. Ha tocado mi marchito sexo. Se enrolla en mi lengua cuando bostezo. Se diría que induce al encanto. Se diría que tiene palabras que atormentan y desangran, se diría que es un placer escucharlas.

No seré el que protagoniza. No sé escucharlas. Mi mente sabe disfrutar el letargo al que le induce la pantalla. Sabe que todo lo que piensa no es más que un producto malogrado de ese aletargamiento. Sabe que todo lo que se dice lo ha encontrado en algún lugar de frente a la pantalla. No lo recuerda pues no prestaba la suficiente atención. No presta atención pues está adormecida bajo los influjos de esa luz mortecina. Piensa que recuerda un oscuro sueño.



1 comentario:

Liliana dijo...

PUTAAAAA, me encantó! (perdona la vulgaridad pero esa fue mi reacción).