El agua para café no alcanzó a hervir. Hace dos meses que no pago ni gas ni agua, así que no me sorprende ver la flama cediendo apenas he vertido el asiento del último galón que compré. En el televisor transmiten una pelea de campeonato. Se lleva a cabo a una hora de distancia, en la colonia Polanco. Prefiero la comodidad de mi escritorio y la intimidad de mi computadora portátil. Al decidir dejar el cuarto que doña Susana me rentaba, no tenía en mente que cada sobre mensual para recordarme los pagos podía irse olvidando. Si alguna vez me sentí valiente en la vida fue la ocasión en que recordé mi trato con los bancos y su obstinada insistencia a encontrarme donde me habían dejado. No necesito sentirme valiente para afrontar la vida. No necesito dar direcciones para que me encuentren.
A pocos les permito conocerme, y esos pocos ni siquiera están vivos. Algunos de ellos son encuadernaciones olvidadas sin rastro alguno de humanidad. Para mí, muchos de ellos no son más que las historias que se contaron. Algunos más son series de ideas que no dejan de precipitarse en el abismo, aún cuando son llevadas a la imprenta en ediciones que les agrupan tan compactamente, tratando de ocupar todos los espacios disponibles y que a final de cuentas sólo parece dejar claro su estado vulnerable. En ninguno de ellos he puesto algún tipo de señalización o subrayado; sé lo que cada uno representa y su contenido. No quisiera que su estancia se convirtiera en un cerco paranoico. Me conformo con recordar, muchas de las veces, nada en particular.
A pocos les permito conocerme, y esos pocos ni siquiera están vivos. Algunos de ellos son encuadernaciones olvidadas sin rastro alguno de humanidad. Para mí, muchos de ellos no son más que las historias que se contaron. Algunos más son series de ideas que no dejan de precipitarse en el abismo, aún cuando son llevadas a la imprenta en ediciones que les agrupan tan compactamente, tratando de ocupar todos los espacios disponibles y que a final de cuentas sólo parece dejar claro su estado vulnerable. En ninguno de ellos he puesto algún tipo de señalización o subrayado; sé lo que cada uno representa y su contenido. No quisiera que su estancia se convirtiera en un cerco paranoico. Me conformo con recordar, muchas de las veces, nada en particular.
De una cosa estoy lo bastante seguro y no temo declararla: mi vida es inútil. Nada puede cambiar ese ínfimo aspecto.
1 comentario:
éste también está brutal...
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