martes, 24 de noviembre de 2009


Una bufada es proponerse ser escritor. Más teniendo en cuenta el proceso descenditivo al que deberás someterte.
Estos son algunos de los puntos más bufonescos de los que he tenido conciencia y, creo, los más superficiales:
El primer punto y bastante más importante que tu calidad literaria es tener una libreta de notas. No una libreta cualquiera en donde vaciar tu luz para el mundo. No. Una libreta apta no es otra que una Moleskine. Una mentira es usarla sin desear convertirte en un personaje de culto, por lo menos para ti.
Otra de las tareas que asume quien necesita ser escritor, es platicar del proceso de creación. A lo mejor, esa necesidad es sólo la de ser escuchado antes que de conversar. Escuchar cómo los demás te escuchan, mirar sus caras ante tus palabras, escuchar las modulaciones y los giros que tu voz adquiere al exponer tu luz. Esa es una de las prontas verdades a las que el escritor contemporáneo debe acostumbrarse.
Seguramente, si me propusiera escribir algunas de las penurias por las que debe pasar aquél interesado en el oficio de la escritura, no podría sino dar ideas de flagelación. Por qué no sólo dejar dicho: ten una vida singular, a como sea posible. Aquel marginado, siempre aislándose y con el temor de poder participar activamente en la vida, podría preguntarse: ¿Qué de extraordinarias tienen mis tardes llenas de bochornos, cereales y almorranas? Respuesta fácil. Ninguna. La verdadera singularidad de la vida no está en lo que “vivimos”, la vida siempre puede encontrarse en otro lugar, sino lo creen pregúntenselo a Céline o a Wilde. Poco a poco, lo interno se apodera del exterior y, antes de darte cuenta, una fina capa de peculiaridad cubre tu cuerpo. Aún no lo notas, los demás sólo la perciben como arrogancia pero, puede ayudarte a cambiar, a salir completamente del destino develado que era tu vida.

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