sábado, 6 de febrero de 2010

Al estrado no llegaba más que la nata caliente de la respiración de los asistentes. P. estaba fuera de sí. Con la mirada puesta en el candelabro y la noche en el pensamiento, proyectaba una especie de consagrada magnanimidad entre quienes alcanzaban a verle de un poco más cerca. H. llevó la edición enorme de El viaje con la esperanza de conseguir un garabato en su primer hoja. Sabía que sería imposible decirle a esa soberana y extranjera presencia que le legase algún símbolo legible. Ninguno de los asistentes estaba capacitado para comunicarse con P. P. nos había dejado hacía relativamente poco, pero sabíamos que jamás sería posible hacerlo volver. Se ha ido de viaje, pensó amablemente H., pero, ¿a dónde? ¿Por qué no dejó dicho a dónde? Nadie se molestó en acercar o dar permiso de acercarse a ese pequeñuelo de H. Se fue sin siquiera estar cerca del aura magnánima del extranjero -que reía.

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