martes, 24 de noviembre de 2009

Realeza Lunática

Mi cadalso no tiene público, ni mucho menos anfitrión. Mi cadalso sólo tiene por verdugo a mi sombra. En mi cadalso las únicas indicaciones hechas por mí y para mi muerte, han quedado grabadas en madera. Se borraran en no mucho tiempo, pues es madera corriente. El frente por donde habrán de elevarse mis pies da hacia una noche amodorrada con los destellos de la luna de una belleza incomparable. Dejan de sorber el aire pues me llevan consigo. Me llevan en sus brazos. Me llevan convertidos en una morena de miembros ágiles y suaves. Me lleva y me ama. Me lleva y lo amo. Me lleva y me deja y se desvanece. Me deja en el campo de atracción de la luna, en donde ya me esperan abigarrados en grandes ropajes, la realeza lunática.

De la necedad de sentirse ser otro


El agua para café no alcanzó a hervir. Hace dos meses que no pago ni gas ni agua, así que no me sorprende ver la flama cediendo apenas he vertido el asiento del último galón que compré. En el televisor transmiten una pelea de campeonato. Se lleva a cabo a una hora de distancia, en la colonia Polanco. Prefiero la comodidad de mi escritorio y la intimidad de mi computadora portátil. Al decidir dejar el cuarto que doña Susana me rentaba, no tenía en mente que cada sobre mensual para recordarme los pagos podía irse olvidando. Si alguna vez me sentí valiente en la vida fue la ocasión en que recordé mi trato con los bancos y su obstinada insistencia a encontrarme donde me habían dejado. No necesito sentirme valiente para afrontar la vida. No necesito dar direcciones para que me encuentren.

A pocos les permito conocerme, y esos pocos ni siquiera están vivos. Algunos de ellos son encuadernaciones olvidadas sin rastro alguno de humanidad. Para mí, muchos de ellos no son más que las historias que se contaron. Algunos más son series de ideas que no dejan de precipitarse en el abismo, aún cuando son llevadas a la imprenta en ediciones que les agrupan tan compactamente, tratando de ocupar todos los espacios disponibles y que a final de cuentas sólo parece dejar claro su estado vulnerable. En ninguno de ellos he puesto algún tipo de señalización o subrayado; sé lo que cada uno representa y su contenido. No quisiera que su estancia se convirtiera en un cerco paranoico. Me conformo con recordar, muchas de las veces, nada en particular.


De una cosa estoy lo bastante seguro y no temo declararla: mi vida es inútil. Nada puede cambiar ese ínfimo aspecto.

Una bufada es proponerse ser escritor. Más teniendo en cuenta el proceso descenditivo al que deberás someterte.
Estos son algunos de los puntos más bufonescos de los que he tenido conciencia y, creo, los más superficiales:
El primer punto y bastante más importante que tu calidad literaria es tener una libreta de notas. No una libreta cualquiera en donde vaciar tu luz para el mundo. No. Una libreta apta no es otra que una Moleskine. Una mentira es usarla sin desear convertirte en un personaje de culto, por lo menos para ti.
Otra de las tareas que asume quien necesita ser escritor, es platicar del proceso de creación. A lo mejor, esa necesidad es sólo la de ser escuchado antes que de conversar. Escuchar cómo los demás te escuchan, mirar sus caras ante tus palabras, escuchar las modulaciones y los giros que tu voz adquiere al exponer tu luz. Esa es una de las prontas verdades a las que el escritor contemporáneo debe acostumbrarse.
Seguramente, si me propusiera escribir algunas de las penurias por las que debe pasar aquél interesado en el oficio de la escritura, no podría sino dar ideas de flagelación. Por qué no sólo dejar dicho: ten una vida singular, a como sea posible. Aquel marginado, siempre aislándose y con el temor de poder participar activamente en la vida, podría preguntarse: ¿Qué de extraordinarias tienen mis tardes llenas de bochornos, cereales y almorranas? Respuesta fácil. Ninguna. La verdadera singularidad de la vida no está en lo que “vivimos”, la vida siempre puede encontrarse en otro lugar, sino lo creen pregúntenselo a Céline o a Wilde. Poco a poco, lo interno se apodera del exterior y, antes de darte cuenta, una fina capa de peculiaridad cubre tu cuerpo. Aún no lo notas, los demás sólo la perciben como arrogancia pero, puede ayudarte a cambiar, a salir completamente del destino develado que era tu vida.